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Trapped time in Florence
I have returned to Florence after almost thirty years. Although I had no corporeal memories of my presence in the different places, I did have visual memories, probably because Florence is one of the most photographed cities on the planet, and is part of the collective memory of many, at least in the West. My studies in art history and the monographs I did about Leonardo, Florentine himself, and Michelangelo, whose artistic life began in the Florence of the Medici, might have help to keep that memory. Apart from the spatial and visual experience, the latter of unquestionable beauty, which, according to Stendhal, even hurts; there is another characteristic that in my opinion, is explicitly Florentine. And I do not mean the public sculptures, nor the symmetrical facades of the churches and palaces, nor the marbles of different tonalities, neither the perspectives of their perfectly cobbled streets.
I’m referring to the ‘trapped time’.
Here everything remains frozen, immovable, quiet, and serene.
After living in cities like Berlin and Barcelona, in constant transformation and growth, where the skyline is dominated by cranes and where temporality, provisionality, and constant alteration is one of the most important attractiveness, in Florence, the skyline is dominated by magnificent Renaissance domes and bell towers. There are no cranes, there are no street works, there are no changes …
Maybe, there are, but I guess they are minimal. Perhaps, one of the most significant changes is that of the troops of Japanese carrying selfie sticks and last generation mobile phones instead of their Nikon reflex cameras. The Duomo, the David, the Academy, the Signoria, the architectures of Brunelleschi, the Vecchio and Pitti palaces, they are all in their precise place, and as if they underwent an aesthetic surgery, as the years go by, they look better.
Leaving behind the monumental and that feeling of “tempus fugit” absence that Florence provokes in me, I have, however, discovered that everyday life, or as I like to say, to walk “looking straight ahead” is also possible. Paco has shown me a series of honest, welcoming, sincere places that have undoubtedly expanded my perception of this city and have directed it towards a more intimate place, far from the tourists’ jungle. Although there are always some (tourist), myself without going any further, even if I consider myself a traveler more than a tourist —as Bowles wrote in The Sheltering Sky.
Good cuisine, good service, good quality, gallantry, politeness, kindness. The aperitifs in Cabiria and I Ghibellini, the fried fish and seafood in the Mercato di San Lorenzo stalls, at Ultima Spiaggia, the dream views over the city from Caffè del Verone, the ‘trippa’ in the Trattoria La Mescita, the delicious walks to the other side of the Arno river, the nocciola ice creams at Gelateria Santa Trinita, and why not, the luxury stores with their extremely aesthetic shop windows, which honestly, many contemporary art galleries would like to have for themselves.
María Muñoz is a cultural agent based between Berlin and Barcelona. She also teaches history of art and design in Ramón Llull Univiversity. She writes about art in different media: Metal, Neo2, A * desk or Chrome-Art
La Florencia de María Muñoz
El tiempo atrapado en Florencia
He vuelto a Florencia después de casi treinta años. A pesar de que no tenía memorias corpóreas de mi presencia en los diferentes sitios, sí mantenía memorias visuales, quizás también porque Florencia es uno de los sitios más fotografiados del planeta y forma parte de la memoria colectiva de muchos, al menos en Occidente.
También mis estudios en historia del arte y los monográficos sobre el Leonardo, florentino él, y Miguel Ángel, cuya vida artística se inició en la Florencia de los Medici, ayuda a esa memoria. Aparte de la experiencia espacial y visual, esta última de una incuestionable belleza que, según Stendhal, hasta duele, hay otra característica que para mí es explícitamente florentina. Y no me refiero a las esculturas públicas, ni a las simétricas fachadas de las iglesias y palazzi, ni a los mármoles de diferentes tonalidades, ni a las perspectivas de sus calles perfectamente adoquinadas.
Me refiero al tiempo atrapado.
Aquí todo permanece congelado, inamovible, quieto y sereno.
Después de vivir en ciudades como Berlín y Barcelona, en constante transformación y crecimiento —de todos tipos— donde el skyline está dominado por grúas y donde la temporalidad, la provisionalidad y la constante alteración es uno de los atractivos más importantes, en Florencia, la línea del cielo la dominan las magnificentes cúpulas y campanarios renacentistas.
No hay grúas, no hay obras, no hay cambios … de haberlos, supongo haylos, pero mínimos. Quizás el cambio más significativo sea que las tropas de japoneses llevan el palo de selfi y teléfonos móviles de última generación en lugar de cámaras réflex Nikon. El Duomo, el David, la Academia, la Signoria, las arquitecturas de Bruneslleschi, los palacios Vecchio y Pitti, todos están en su preciso sitio y como si de una operación de cirugía estética se tratara, conforme pasan los años, mejor se conservan.
Dejando atrás lo monumental y esa sensación de ausencia de “tempus fugit” que para mí supone Florencia, he, sin embargo, descubierto que también es posible la cotidianidad, o como me gusta decir, andar “mirando al frente”. Paco me ha enseñado una serie de lugares simples, acogedores, sinceros, que, sin duda han expandido mi percepción de esta ciudad y la han dirigido hacia un lugar más íntimo, alejado de la jungla de turistas. Turistas siempre hay alguno que otro; yo misma sin ir más lejos, aunque me considero una viajera más que una turista —como decía Bowles en El cielo protector—.
Lugares con buena cocina, buen servicio, buena calidad, galantería, educación, amabilidad. Los aperitivos en Cabiria y en I Ghibellini, las frituras de pescado y marisco en el puesto Ultima Spiaggia del Mercato di San Lorenzo, las vistas de ensueño sobre la ciudad desde el Caffè del Verone, la «trippa» en la Trattoria La Mescita, los deliciosos paseos al otro lado del Arno, los helados de nocciola en la Gelateria Santa Trinita, que muchas galerías de arte contemporáneo quisieran para ellas.
María Muñoz es gestora cultural con base en Berlín y Barcelona y profesora de historia del arte y del diseño en la Universidad Ramón Llull. Escribe en diferentes medios sobre arte: Metal, Neo2, A*desk o Chrome-Art